lunes, 19 de marzo de 2012

-Quédate -me había pedido ella-. Quédate conmigo hasta que tome el avión
Me había quedado: consideraba cada segundo de mas a su lado como un segundo menos de sufrimiento. Ella estaba dispuesta a partir, mi sueño alzaba el vuelo.Ante la imagen de mi inmenso amor, la guerra estaba latente y yo no la citaba. Estaba con ella aquella noche porque me lo había pedido, porque yo lo necesitaba, pero temía que estuviera viéndola por ultima vez.
Ella estaba cerca de mi, tenia su mano entre las mías, sentía su olor y los latidos de su pulso, miraba como bebía, oía como respiraba, pero ya se había marchado.
El libro que me ofreció aquella noche estaba dedicado: "La ternura de determinadas miradas te hace avanzar. Gracias por la que tu me dedicas. XXX.". Me afecto, sin duda, pero ya no soportaba sus besos en X. En ellos no veía mas que cruces, cruces que yo trazaría por cada día sin ella, las cruces sobre las que se crucifica a las personas que demuestran un amor excesivo, los barrotes de la jaula en la que me había recluido al enamorarme.
Me desabrocho la camisa, me acaricio el torso... y mi lengua en se boca, como siempre sin comprender como había llegado allí. La noche de la partida encerró el intercambio de fluidos mas volcánico de mi corta existencia, como si los invasores hubieran desembarcado, como si hubiera declarado la guerra, como si nosotros tubiéramos que morir justamente poscoito... en una urgencia apocalíptica. En el punto álgido yo había susurrado: "Quedate"; en el apocalipsis suena bien el amor, pero una hora mas tarde estábamos vivos, ella completamente, yo parcialmente, cada uno en un taxi que surcaba la aurora en direcciones contrarias.
Había perdido la única batalla que deseaba ganar.

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