jueves, 15 de noviembre de 2012

Lo siento, me he perdido.

Y llegué a tu cama, a tus despertares. Rocé cada milímetro que pudiera formar parte de tu piel, visité cada recodo, cada segundo de partícula que compusiera tu yo. Me tomé un descanso en esa fruta de la pasión que hacía a su vez de tu boca, surfeé por encima de cada papila gustativa, navegué por los torrentes de tus ojos empantanados. Cogí aliento en tu pecho y así volver a seguir el ritmo de tus latidos, lentos, apasionados, tranquilizantes. Entonces me permití seguir corriendo por tu tripa y esconderme en aquel hueco que te dio la vida y fue en ese momento cuando me la contagiaste a mi. Y ahí crecí, entre aquellas diminutas montañas, en tu piel erizada por el roce de mi boca, de mis cabellos...
Recuerdo como era eso de no poder desprenderme de las sonrisas, eso de sentir el mundo cuando cantabas cada "te quiero".
Se me hizo demasiado fácil entregarte cada grano de arena de mi mundo, demasiado fácil el no saber cómo desprenderme de todo el mundo cuando me rozaban tus pestañas. Fue demasiado paraíso todo aquello que construimos debajo de las mantas con un par de besos y mil cosquillas.
El mundo que creamos me pide que vuelva, dice que se ha quedado sin reina...
Y mis piernas siguen abrazándote, pidiéndote que olvides todo eso de abandonarme, eliminando la más mínima insinuación del adiós. Y mis manos, siguen acariciando tu cara de la misma forma, leyendo cada pequeño vello de tu preciosa cara en braile. Y mis ojos te observan como si no pudiera ver.
Te prometo que volverán las puertas cerradas, las locuras. Volverán las tardes en las que no haya persona mejor que tú para hacerme feliz. Y los días. Y las noches.
Por tu parte, solo júrame que te quedas.


Nunca olvides que te quiero. De una forma extraña, pero te quiero. Como siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario