domingo, 16 de febrero de 2014

A ti que cambiaste los estándares.

Cómo empezar si sé que no hubo principio, que fue una mirada la causante de este bucle perfecto.
Si parece mentira que tenga que venir el valor a estas horas a explicarme eso de las palabras que me trago al notar que me miras (tú ya sabes cómo); a contarme que esto no es, que me queda gritar o yo qué sé qué más; locuras que no consigo inventar por miedo.

Que yo conozco qué se siente al querer, y te prometo que esta vez no, no te hablaré de mariposas ni de estómagos, preferiré utilizar las palabras que no existen para hacerte entender lo que siento cada vez que nuestros ojos se besan.

No sabes la magia que creas cada vez que, involuntariamente, no evito el mirarte (y ya ves la contradicción que supone) y no sabemos hablar más allá de la sonrisa que creas, que no hace más que rebotar entre tus labios y los míos.

La distancia, dicen. La distancia la cuento en lágrimas cada vez que consigues que vuelva a casa con la sonrisa del que alcanza sus sueños y el corazón roto del que se le rompen entre las manos.
No sé si podrás entenderme. Pero sí sé que a veces te mueres tanto como yo por compartir ilusiones, o algo así me dice tu espalda las veces que es el mejor mirador al mundo, el mejor acantilado desde el que valdría la pena saltar.

Ya sé que te has perdido, no te preocupes.
Yo también lo hice en ese autobús y créeme, nunca volvió a entrar por mi ventana la luz que logró que nos miráramos de esta forma tan nuestra y tan de nadie.

Tal vez me he vuelto loca pero siento que la vida es demasiado parecida a todo lo que creas cuando no logras domar las mariposas (o lo que sea) que recorren el interior de lo que te atreviste a llamar octava maravilla sin pensar que algún día admitiríamos que solo somos el reflejo del uno en las ganas del otro.

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